Ese chaleco antibalas

Tengo que confesarte que hace unos años la palabra “cautela” no era de mis favoritas. La asociaba con tibieza, poca valentía o determinación. Supongo que era como cuando eres chibol@ y tu mamá te suplica que te pongas bloqueador pero tú te zurras un poquito, te metes a la piscina a chapotear a tus anchas pensando que nada te va a pasar. Y si, puede ser que no pases de tener todo el cuerpo rojo, pero los años, las peladas, las pecas, las manchas, las arrugas, los lunares benignos y malignos, etc, te demuestran que no hay que desafiar sin protección al sol, porque siempre quema.

Hoy entiendo la cautela como un pilar fundamental de la estrategia, como un acto de madurez profesional y personal, como un ingrediente perfecto para maridar el riesgo, como un activo para mi estabilidad emocional. Hace unos días en un viaje por carretera que hice con unos amigos, les contaba sobre un proyecto que quiero hacer pero que involucra activar uno de mis talones de aquiles y por lo tanto me generaba miedo.

Mis amigos no respondieron ligeramente: hazlo, sino que le incluyeron un importante apellido: Hazlo pero trabaja en tu chaleco antibalas. Me encantó ese concepto. Obviamente no era literal su comentario. El chaleco antibalas puede ser fabricado desde la terapia, el coaching, la investigación, la selección correcta de cómplices etc, los ingredientes varían al gusto y necesidad del cliente.

Arriesgarte sin tener un plan para mitigar los golpes no es de valientes sino de suicidas. Tirarte panza arriba al sol bañad@ en aceite no es broncearte es freirte viv@.

Voy a lanzarme a ese proyecto complejo pero bien provista de mi chaleco antibalas que diseñaré con cuidado. Lo decidí mientras tomaba sol con un gorro gigante, lentes y protector 100 😬

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