¿Pueden aquellos que no creyeron en nosotros o los que nos generaron dificultades, contribuir de alguna manera con nuestro éxito?

A quién corresponda

En una entrevista a raíz del lanzamiento de I will survive, mi nuevo libro sobre emprendimiento, me hicieron una pregunta que me dejó pensando: ¿A quién le dedicas tu libro? Es verdad que este libro no vino con dedicatoria como mis libros pasados, donde siempre estuvo mi familia, a pesar de que han sido los principales auspiciadores de mi estabilidad emocional —lo cual ha sido la inversión más importante para poder emprender—. Sin embargo, cuando pensaba en mi respuesta de “a quién se lo dedicaba”, tengo que confesar que pasaron por mi mente los personajes más insospechados. Aquellos a los que nadie en su sano juicio le dedicaría una sola buena palabra, sino más bien algunas subidas de tono. ¿Estaré influenciada por el post de Mon Laferte que le dedicaba su importante premio a ese productor que le vaticinó el fracaso?, pensé. Planteo aquí esta pregunta: ¿Pueden aquellos que no creyeron en nosotros o los que nos generaron dificultades, contribuir de alguna manera con nuestro éxito? Permíteme hacer un ejercicio imaginario de dedicatoria a todos esos gurús que vaticinaron mi fracaso e improvisar un profundo agradecimiento digno de los Óscar para responder esa pregunta.

Dedicado a “D”, ejecutiv@ renombrad@ y líder, a quien busqué desde mis primeros días de emprendedora para contarle la idea de mi negocio y me dijo que iba a fracasar estrepitosamente, que no tenía madera ni perfil para emprender, que no había negocio en mi rubro y me lo garantizaba porque ya había transitado por allí, que no me imaginaba poniendo un emprendimiento y mejor me ponga a vender cupcakes por hobby. Gracias, “D”, por haberme hecho investigar más la industria en la que emprendí mi negocio y así construir una propuesta que tenga un valor agregado diferencial —y así poder destacar frente a tanta competencia—, por haberme impulsado a hacer bien mis números y hacer un plan sólido de negocios con la ayuda de un amigo financiero. Y, sobre todo, por hacerme admirar más el boom de emprendimientos en repostería que no juegan a la comidilla ni lo toman como hobby, están construyendo marcas exitosas.

Dedicado a “P”, profesional que nunca tuve el gusto de conocer porque me dejó plantada cuatro veces: las primeras tres, cancelando la reunión el día anterior; la última, el mismo día a través del amable ‘wachimán’ de su oficina —quien me decía que había que reprogramar la cita porque su gerencia tuvo una reunión de emergencia—. La cita no se reprogramó nunca, pero no importa. Gracias, “P”, por enseñarme que, en esta vida, está claro que el tiempo es oro; pero escuchar a alguien que nos necesita no nos va a hacer nunca más pobres. Gracias también por ayudarme a reafirmar la importancia de ser frontales, honestos y directos, porque lo último que necesita un emprendedor es que le hagan perder su tiempo —porque es su principal capital—.

Dedicado a “J”, aquella persona que me preguntó, en un seminario en el que coincidimos cuando yo recién comenzaba a emprender, cuánto facturaba mi empresa y me ilustraba —sin yo haberle pedido dicha información francamente— que mi facturación era insuficiente para pertenecer a ese gran gremio exitoso y rimbombante pero que, con suerte, quizás algún día lo conseguiría. Gracias, “J”, por enseñarme con tal nitidez los lugares, gremios, asociaciones y otras especies a los que quiero pertenecer no por pose, sino por postura y afinidad. Gracias por mostrarme la enorme diferencia entre soberbia y autoconfianza, entre sororidad y auténtico rol de hermanastra de cuento.

Dedicado a “L”, compañer@ de numerosos almuerzos pasados, reuniones diversas, frases llenas de cariño y admiración cuando yo aún tenía ese puesto corporativo rimbombante; pero que, cuando decidí emprender, no lo pude encontrar ni en Google —estaba siempre ocupad@ y nunca pudo concretar una reunión, café o té para contarle mis planes, sueños, ideas y propuestas—. Gracias, “L”, por enseñarme que debemos ser amigos de las personas, no de los cargos, y que darle la mano a alguien no es un intercambio de figuritas esperando qué te toca a ti.

Es verdad, podría dedicarle este libro a varias letras del abecedario que me mostraron la definición del escepticismo en vivo y en directo. Una dedicatoria sin rencores guardados porque creo que todas estas experiencias me enseñaron tanto o más como los momentos felices. Me hicieron sentir como en un ring de box: recibiendo golpe, pero aprendiendo poco a poco a defenderme, a estar en guardia y en forma, a planificar mis movimientos con precisión y no sentirme una ganadora sólo por cuestiones de ego. A tod@s ell@s les digo, cantando como Cerati, “gracias totales”.

Share This