Todo Javier prado

Puede equivocarte adrede librarte de un mal mayor?

Si lo vemos en retrospectiva lo que te voy a contar no parecería tener ningún sentido. Pero como bien dicen “nada es lo que parece”, déjame contarte esta historia. Era febrero de 2018 y después de varios meses peleándome con mi almohada porque no me dejaba dormir, había decidido renunciar a mi trabajo corporativo y ser emprendedora. Pero digamos que necesitaba algo más para creerme en serio que esto era decisivo. determinante, real. Así que fui a conocer mi potencial oficina para Boost en un nuevo edificio de San Isidro de un reconocido co working.

Para serte honesta no tenía ni la empresa inscrita, ni un solo cliente sólo miedo de mi misma de arrepentirme de mi decisión o lo que es peor, que ésta sea la peor de mi vida. Mientras que un amable chico de ventas me mostraba lugares y preguntaba cuantos colaboradores seríamos, le dije que era solo una pero que quería un lugar para poner una mesa redonda de colaboración y co creación y un par de sillones bien ricos para hacer mis terapias de marca.

De pronto la encontré, tenía una columna en el centro, ventanas enormes y olor a nuevo. Le pedí que me esperara 2 días para tomar la decisión. Llamé a una de mis mejores amigas a contarle mis dudas sobre alquilarla, era cara, lejos de mi casa y lo cierto es que yo aun me quedaría en mi compañía 4 meses más porque no iba a dejarlos colgados con un gran proyecto que requería de mi participación. Me dijo tómala a pesar de que la racionalidad podía determinar que ese alquiler anticipado era un error. Pero supongo que ella me conocía bien y sabía que la emocionalidad era lo que podía poner en riesgo mi decisión de renunciar, el miedo a decirle adiós a una vida que conocía demasiado bien a pesar que ya no me hacía feliz.

Cuento corto la alquilé y la decoré con el amor de tu primer depa. Le puse una alfombra de colores, un sillón amarillo que aun conservo y una mesa blanca ovalada que hasta para comedor vanguardista funcionaría. Quedó tan bonito que la gente del coworking que pasaba, preguntaba por ese coqueto espacio del edificio. Ya era un hecho, tenía oficina, mi boceto de plan ya era real así que tocaba renunciar de una vez para que los meses de alquiler no se siguieran acumulando en vano. Pero había un detalle adicional, yo vivo en Barranco y esta oficina era en San Isidro, distrito y sobre todo tráfico que me acompañó gran parte de mi vida profesional y que ya se había formado parte de mi rutina. Aunque suene absurdo, no estaba lista para dejar los semáforos, el waze, la presión de salir temprano para no encontrarme con el tráfico de los rezagados que salían tarde de sus casas y metían el carro a diestra siniestra para hacer el milagro de llegar a las 9.

Me pasé 6 meses en esta dinámica, manejando 30 minutos a mi nuevo centro de trabajo cuando podía seguramente llegar caminando a un coworking de mi distrito. Mirándolo con mi espejo retrovisor fue una movida emocionalmente racional aunque suene a trabalenguas. Yo necesitaba ese empujón, ese tráfico, esa rutina como periodo de adaptación, a pesar que mi reloj y mi billetera por 6 meses dijeran lo contrario. Muchas veces necesitamos hacer cosas que ante los ojos de muchos parezcan ilógicas, locas, absurdas.

Lo importante es que tú seas consciente por qué lo haces, cuál es el objetivo y claramente tenga un periodo de caducidad. Si hubiera hecho las cosas como me las detalló un amigo en servilleta donde tenía que ser rico mac pato para recién considerar poner una agencia de publicidad o no hacer nada porque iba a fracasar como otro desinteresado colega me recomendaba, hoy seguiría con un fotocheck en mi pecho que no me llenaba el corazón.

Equivócate adrede si es lo que necesitas para tener una vida de aciertos.

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